Desde mi oficina en la cima de la Torre de la Esperanza en el año 2050, contemplo la extensa ciudad de Neo-Medellín. La urbe colombiana está repleta de brillantes rascacielos y vehículos autónomos, ofreciendo un espectáculo a la vista. Drones recorren el cielo, y la IA junto con la robótica han integrado nuestras vidas de maneras que solo podíamos soñar hace décadas. A pesar de todo este progreso tecnológico, una parte de nuestra sociedad parece anclada en el pasado: nuestra forma de trabajar.
Las montañas de papel se amontonan en mi escritorio. A pesar de disponer de avanzadas tecnologías digitales que podrían agilizar los procesos, prevalece la burocracia. Las viejas costumbres se aferran con sorprendente tenacidad y la frase «siempre se ha hecho así» continúa rigiendo nuestra forma de trabajar.
La comunicación sigue siendo unidireccional y jerárquica. Las decisiones, en lugar de ser compartidas y colaborativas, se centralizan, pasando por numerosos niveles de aprobación antes de ser ejecutadas. El potencial de la IA para proporcionar información en tiempo real y facilitar una toma de decisiones eficiente y ágil no se aprovecha. La inercia y el miedo al cambio mantienen nuestras prácticas de trabajo ancladas en el pasado.
Las reuniones, en lugar de ser breves y productivas, son maratónicas y frecuentemente ineficientes. La IA, con su capacidad para organizar y resumir información, se utiliza escasamente en la facilitación de las discusiones.
El trabajo continúa estando atado a la oficina. A pesar de las maravillas de las tecnologías de trabajo remoto y de la realidad virtual, se sigue privilegiando el presentismo. Los horarios son rígidos y la flexibilidad laboral es una excepción, no la norm

Se puede ver claramente en este escenario cómo la adopción de prácticas ágiles podría haber transformado nuestra forma de trabajar para mejor. Si hubiésemos permitido el cambio constante para buscar valor, tendríamos un sistema de trabajo eficiente, donde las decisiones se toman rápidamente, las ideas fluyen libremente y los equipos se adaptan y aprenden de forma continua.
Desde la Torre de la Esperanza, miro a Neo-Medellín y no puedo evitar soñar con un futuro donde nuestras formas de trabajar reflejen el dinamismo y la innovación de nuestra ciudad. En un mundo que cambia rápidamente gracias a la tecnología, las formas de trabajar que perpetúan la burocracia y la rigidez parecen aún más obsoletas. La agilidad, la flexibilidad y la colaboración son más necesarias que nunca. El reto radica en atrevernos a cambiar, a liberarnos de las viejas costumbres que no generan valor y a abrazar las posibilidades del futuro.
*Imagen está generada por IA – Canva
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