Para que se dé una conversación necesitamos como mínimo dos personas, sin embargo, esto no garantiza que lo que estemos planteando se entienda. En la búsqueda de esa comprensión, en muchas ocasiones nos aferramos -de manera inconsciente- a las metáforas, esas figuras literarias que nos permiten remitirnos a algo nuevo relacionándolo con algo ya conocido y podría decirse, que una vez planteadas, es muy probable que fluya la magia entre esos dos que se han atrevido a intercambiar ideas.
El poder de las metáforas es indiscutible.
No solo permiten trasladar una idea lo más precisa posible, sino que además, revelan mucho sobre la persona que las utiliza, podríamos decir, que parte de lo que es, ha vivido y piensa puede ser sintetizado en una sola frase.
Por ejemplo, “Bogotá es un paraíso”, de esta afirmación podríamos deducir que a esta persona le gusta el frío, la variedad gastronómica y cultural, que no le molesta mucho la congestión y que prefiere vivir en Bogotá a vivir en muchas otras ciudades en el mundo.
Según Estrella Montolío, “cuando utilizamos una metáfora, los hablantes nos implicamos más en nuestro decir que usando un enunciado neutro. Y puesto que con la expresión metafórica introducimos nuestra subjetividad, se refuerza la intervención”, lo que nos lleva además a suponer que esta persona conoce la ciudad porque al expresarlo de esta manera se está implicando, ya que también podría haber hecho una descripción objetiva para que su interlocutor pudiera sacar sus propias conclusiones.
Ahora, introduzco esto porque quiero hacer un zoom in justo a nuestro entorno, a nuestra comunicación diaria.
Desde nuestros ancestros lejanos nuestras dos más grandes fuentes de metáforas han sido el cuerpo humano y los animales. Es así como nos referimos a nuestra mano derecha, nos levantamos con el pie izquierdo, alguna amiga es una mosquita muerta, no salen patas de gallina en la cara, encontramos nuestra alma gemela, nos rompen el corazón o las heridas de un amor tardan en cicatrizar.
Con la revolución industrial empezamos a usar metáforas en las que se considera la empresa como una máquina: apretemos tuercas, tenemos la maquinaria aceitada, ajustamos tornillos del equipo, funcionamos como un reloj suizo o vamos a todo vapor. Y luego con la omnipresencia de internet, y los teléfonos inteligentes, agregamos a nuestras conversaciones metáforas de artefactos electrónicos como se le llenó el ancho de banda, la memoria o cambiemos de chip.
Mi reflexión e invitación es, y especialmente si estamos en transformaciones digitales, ágiles o culturales, a usar el poder de la conversación y de las palabras, en este caso de las metáforas, para resignificar en nuestro imaginario la empresa o mejor, la organización.
¿A dónde voy con esto?
A que tal vez sea la hora de pasar de conversaciones donde le hacemos permanentemente una oda a la máquina, celulares, redes y computadores, para empezar un nuevo capítulo en el que proyectemos la empresa como un organismo o como un sistema adaptativo complejo y usar narrativas que humanicen más nuestro entorno.
Por mi parte empezaré cambiando algunas metáforas que uso en la cotidianidad, entonces dejaré de decir que “hay que apretarle las tuercas a un equipo” y más bien utilizaré “necesitamos reflexionar para mejorar”, asimismo haré con “estamos aceitando la maquinaria” y mejor diré algo como “nos estamos motivando e inspirando”, también modificaré “debemos resetear esa idea” por “reimaginemos esa idea” o “esta persona se fundió” por “esta persona necesita descansar y reenergizarse”.
Y finalmente, además de mejorar la narrativa con metáforas diferentes, sería genial enlazar este discurso con la transformación de nuestras creencias para cambiar nuestros patrones de pensamiento, y así, de manera sistémica, irle dando poder a estas nuevas afirmaciones.
Desde esta perspectiva, si decimos que queremos reimaginar y no resetear una idea, podríamos pensar en nuestra imaginación no en resetear un computador y de este modo activar nuevos circuitos y utilizar nuestra neuroplasticidad.
Ahora que me he dado cuenta de cómo puedo ayudar a modificar nuestra percepción y nuestro entorno mediante el mejor uso de las metáforas estoy decidido a hacerlo, ¿y tú?, ¿te animas?
Artículo inspirado y citas tomadas del libro Cosas que pasan cuando conversamos
Editora y amanuense: Paula Arredondo
Colaborador: Farid Numa
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